Papermakers


Una de las plagas que asolan la ciencia en la actualidad es la de los «papermakers», no entendida como la de aquellos con gran producción científica sino como la de quienes de forma reduccionista y descalificadora, no entienden la labor investigadora fuera de los parámetros bibliométricos. Lo que viene siendo el famoso «publish or perish«. Esto hace que en muchas ocasiones los científicos estén preocupados de escribir mucha prosa que agrade a los editores, dejando de lado el estudio de los fenómenos que nos rodean. No en vano los puestos de trabajo, la financiación o el prestigio dependen de ello. Siendo cierto que de alguna manera hay que valorar a investigadores e instituciones, no es menos cierto que llevar al extremo el sistema de los «papermakers» es de todo menos bueno para la ciencia, que necesita una visión a largo plazo. Además es un sistema que ha llevado al mundo científico a todo tipo de errores, fraudes y corrupción.

Uno de las últimas hazañas que muestran la sinrazón alcanzada es el caso «Marco Alberto Pantani-Contador» o el troleo que investigadores de la Universidad de Granada y Navarra realizaron a Google Scholar, mostrando hasta qué punto es posible manipular el sistema y por consiguiente los rankings asociados. Realizaron un trabajo falso y mal traducido, que rápidamente fue citado y a su vez generó citas para otros. Cualquiera puede decir que estas son situaciones aisladas y absurdas, pero cuanto más absurdas son, más se demuestra lo perverso que puede llegar a ser el modelo. Un ejemplo legendario fue aquel en el que la Universidad de Alejandría de Egipto, entra dentro de las 150 primeras del mundo según el ranking THE. Como era de esperar un colectivo tan poco modesto como el científico no iba quedarse tranquilo con tal resultado, iniciándose la investigación para esclarecer los hechos. Finalmente y como era de esperar, se descubrió cómo había sido posible que Alejandría en alguna disciplina hubiera llegado al nivel de Harvard o Stanford. Uno de sus investigadores había publicado 320 artículos en una revista… en una revista de la que él mismo era editor.

No todos los métodos son tan burdos, el intercambio de favores en forma de citaciones o trabajos conjuntos puede producirse por simple casualidad y no ser evitable, como ocurre si estas dentro del mainstream. Si dices lo que piensa la mayoría, te citará la mayoría. O puede ser menos casual, de hecho hay lobbies como los de las farmaceúticas o los de la economía que practican lo que yo denomino «captura del investigador». Estos grupos generan buena parte del conocimiento convencional a través de fundaciones y otros chiringuitos tipo think tanks, en el que fichan a los prestigiosos de la cuerda para poco a poco imponer sus intereses en la comunidad, convocan congresos y utilizan su músculo para estar en los medios y en las revistas especializadas, no olvidemos que muchas de ellas son de empresas. Que hoy la medicina y la economía sale de las farmaceúticas y los bancos es algo conocido. Así los intereses de determinadas industrias se convierten en el mainstream. El intercambio de favores entre científicos es complicado de detectar. Por eso cuando los enteradillos habituales nos proponen que para evitar la endogamia no se debe contratar a un doctorado de la propia institución, a uno le da la risa. En un mundo como este y en los tiempos actuales tan globalizados la redes clientelares hace años que superaron esa barrera. Tampoco se puede esperar más de unos señores que van de modernos y siguen valorando a sus semejantes por sus publicaciones de alto impacto. Schekman se descojona.

La dictadura de los papermakers no deja de ser otra manifestación del mismo fenómeno que también se produce con los famosos rankings universitarios. De hecho uno de los motivos por los que los papermakers triunfan es que la mayoría de rankings clasifican por métodos supuestamente bibliométricos. Como ninguna institución quiere salir mal parada, eso dirige la acción de las universidades y otros centros a atraer a papermakers para mejorar en dichos rankings. A veces hasta llegar al extremo del despilfarro, como aquel de los 10.000 euros mensuales de nuestro amigo Luis Garicano por un trabajo irrelevante… pero que lleva su nombre. Unos lo llaman cátedras de excelencia y a otros nos parece malgastar dinero. Este enfoque convierte los rankings en el objetivo de los papermakers. Los rankings pueden ser herramientas útiles tanto para toda la sociedad en su conjunto, como para las instituciones en particular. Como es obvio deben tener una metolodogía correcta y datos de relativa calidad para ser válidos.

Estos rankings, a golpe de titular de periódico, están influyendo en la toma de decisiones sobre política universitaria. No son pocos los elementos que los agitan para hacer bueno aquello de que «si habla mal de España, es español». Hace poco leía a un tipo que debe ser muy listo, contando que él trabaja en Caltech, la ostia en los rankings, para luego soltar todos los tópicos sobre lo guays que son las universidades USA y lo malas que son las españolas. Este tipo de mentecato procedente de esos lugares casi siempre apoya su tesis en los famosos rankings. En el caso de este señor lo hacía apelando al famoso ranking de Shanghai. Ser investigador en Caltech no te exime de decir idioteces y ejemplarizar los problemas de nuestro sistema basándose en rankings como Shanghai, muestra que no se tiene ni puñetera idea sobre los mismos y que sólo es la muletilla para la descarga de dogmas previamente concebidos. Como siempre si sales guapo en la foto te gustan estas clasificaciones, pero los expertos que se han dedicado a estudiar estos rankings manifiestan con claridad que estas clasificaciones son, hablando en plata, una mierda. Ya en su momento contaba como nadie sabe de Shanghai, mostrando lo deficiente del método y por lo tanto lo poco que puede ser utilizado como referencia. Como ejemplo del absurdo al que se llega, véase que por ejemplo para Shanghai la universidad que mejor docencia ofrece en España es la Complutense. ¿Motivo? Porque Severo Ochoa estuvo allí.

Lo que cualquier persona que haya pasado 10 minutos estudiando rankings universitarios te dirá es que ningún ranking generalista es bueno, sólo los que estudien parámetros homologables y concretos pueden ser útiles. Por ejemplo, un ranking con la tasa de inserción laboral de los estudiantes del Grado en Informática de las universidades madrileñas puede ser útil para un alumno que elige centro. Pero un ranking de «la mejor universidad del mundo» o «university league tables» no sirven para nada. ¿Es mejor Harvard que el MIT? Rankings concretos, con un método correcto y datos fiables es todo lo contrario a Shanghai, THE o QS. En Shanghai las universidades berlinesas están infravaloradas porque no saben a quién atribuirle los Nobel concedidos antes de su escisión después de la Segunda Guerra Mundial. QS está editado por británicos y cosa curiosa, es el que mejor indexa a los países de la Commonwealth. ¿Casualidad? Que el MIT sea considerada una de las mejores en Medicina, cuando no tiene departamento como tal sino uno conjunto con Harvard también tiene tela. A estas alturas nadie tiene ni idea de lo que se bebieron los de Thompson cuando diseñaron THE, porque nadie lo entiende.

Que las universidades españolas necesitan un buen repaso no lo niega casi nadie, pero que estos rankings deficientes sean utilizados como referencia para acometer esos cambios da un poco de risa. Un ejemplo de cómo el ranking se convierte en objetivo y no en consecuencia de las políticas es la propuesta de fusión de universidades que nos llega cada cierto tiempo. El trabajo de Domingo Docampo utilizando Shanghai para estudiar el impacto de fusiones y Campus de Excelencia muestra, por ejemplo, que unificando las universidades catalanas se conseguiría meter el engendro resultante entre las 100 primeras. ¿Tendríamos una universidad mejor? Seguramente no, porque en realidad nada habría cambiado. Esto muestra hasta qué punto algunos rankings premian la publicación al peso y la masa crítica. Estas ideas además se complementan con otra por la cual en España supuestamente hay demasiadas universidades, cosa que como de costumbre no parece ser muy cierta. Todo esto no es óbice para que se puedan acometer fusiones determinadas, especializaciones de centros y la creación de buenos centros de investigación es independiente de esas fusiones y de ese afán de competición entre centros que algunos predican. Muchos de los científicos estrella españoles, de esos que vinieron del extranjero a las torres de marfil que las Administraciones crearon, ahora se marchan echando pestes del «sistema», de los funcionarios en la ciencia y demás chorradas. En realidad se van porque ya no tienen el dinero que querían. Si el problema para ellos era el sistema de ciencia español, ¿para qué vinieron? Pues porque tenían sueldos de lujo, instalaciones de infarto y libertad poner la música que más les gusta, todo ello sostenido sobre una masa de subordinados precarios por los que nunca se molestaron lo más mínimo.

Cuando uno lee aquello de que «España no tiene ninguna universidad entre las 200 primeras de Shanghai» se divierte mucho con las reacciones posteriores. Llega el apocalipsis y algunos quieren «echar napalm» en las universidades. Pero como de costumbre las cifras aisladas pueden llevar a interpretaciones que no se ajustan a la realidad. Si desglosamos por especialidades ese ranking de Shanghai observamos que España es el sexto país del mundo que más instituciones coloca entre las 200 primeras.

españolas entre 200 primeras

¿A que ahora ya la cosa no parece tan catastrófica? Esto no nos debe hacer caer en la complacencia y no se me debe interpretar como que me parece que todo está fenomenal. Pero sí puedo decir que estos sistemas ultracompetitivos que hacen depender la carrera investigadora de lo buen «papermaker» que seas, tiene un reverso que fomenta la corrupción. Muchos investigadores validos quedarían fuera si se implantan el extremismo en la dictadura de los papermakers. Y esto no es sólo cosa mía, algún conocido premio Nobel reciente opina algo similar.

Un grado de competencia o sistemas de clasificación pueden ser beneficiosos. Pero la dictadura de los papermakers lleva a una ciencia corrupta y capturada por poderes ajenos al interés común. Un sistema que premie a los mejores, al mismo tiempo que asegura recursos y estabilidad suficientes a todos para que puedan progresar es distinto de la supuesta meritocracia corrupta de los aristócratas que pretenden ser los primeros y los únicos investigadores del planeta, aniquilando a las demás y haciendo desaparecer muchas disciplinas.

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10 respuestas a Papermakers

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  2. RBG dijo:

    Cada día mejor. Gracias!

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  4. Carles Sirera dijo:

    Y nos hemos olvidado de hablar de las revistas que cobran por publicarte. Bueno, cobran al proyecto si tienes proyecto y si vas por libre te quedas fuera. Y de la falta de sanción si a uno lo pillan con el carrito del helado publicando falsedades metidas con calzador.

  5. Carles Sirera dijo:

    Pues en breve intentamos montar un blogpseudoacadémico desde la Universitat de València, hecho por académicos, que tenga como objeto de estudio y discusión cómo funciona la universidad. Nada en plan denuncias anónimas o descalificativos fáciles. Intentaremos usar argumentos contrastados y forzar un debate público honesto. Veremos si funciona o terminamos instrumentalizados por algún grupo de presión.

  6. José Luis dijo:

    Como siempre un gran análisis sobre un problema muy concreto. Ya hemos comentado esto de los rankings antes, pero cada vez parece más válido y los ‘responsables’ más sordos. Veremos adónde nos llevan… alguna vez aprenderán a diferenciar entre calidad y cantidad. Pero claro, burro grande, ande o no ande…

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